miércoles, 28 de octubre de 2015

Homilía del Arzobispo de Piura en la Santa Misa por la Fiesta del Señor de los Milagros
Miércoles, 28 octubre 2015
Magazine Norteño
La mañana de hoy, fecha en la que celebramos la Fiesta del Señor de los Milagros, cientos de fieles católicos se congregaron en el Atrio de la Basílica Catedral de nuestra ciudad para, en un ambiente de profundo fervor y devoción a nuestro “Cristo de Pachacamilla”, participar de la Santa Misa en honor a nuestro Cristo Moreno, que fue presidida por Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V., Arzobispo Metropolitano de Piura y concelebrada por varios sacerdotes de nuestra Arquidiócesis. También estuvieron presentes autoridades civiles y militares de nuestra Región, religiosas, delegaciones de escolares y los miembros de las 7 cuadrillas de la Hermandad del Señor de los Milagros de Piura, junto a las hermanas sahumadoras y a los pequeños integrantes de la Hermandad Infantil.
A continuación compartimos la Homilía de nuestro Arzobispo:
Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión para presentarte el homenaje de nuestra fe, esperanza y amor.
Señor de los Milagros, a Ti venimos en procesión porque creemos en Ti como la fuente de la vida eterna y de la felicidad perenne; como la aventura más bella a vivir, como la Verdad a ser proclamada, el Camino a ser recorrido, la Vida a ser vivida.
Esta mañana queremos darte las gracias por haberte querido quedar entre nosotros en esta imagen santa y bendita que es para nosotros el “Señor de los Milagros”, donde te dejas encontrar fácilmente por todos nosotros, por todo aquel necesitado de tu Amor.
Señor de los Milagros, hoy te pedimos que nos concedas la gracia de la bella sorpresa de este encuentro; encuentro que nos lleve a confesarte doblemente y así poder decirte: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo, creo en Ti. Y yo soy un pecador que cree en Ti, que cree en tu perdón”.
Confiamos en tu bondad y en tu poder que es tu misericordia infinita. Queremos amarte siempre cumpliendo tus mandamientos y sirviéndote en nuestros hermanos, porque como dice la Beata Madre Teresa de Calcuta, para mí Jesús es:
“El Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Rechazado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeño, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mudo, para hablar por él.
El Inválido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi Único Amor.
Jesús lo es Todo para mí”.
Sí hermanos. Con el Papa Francisco les digo: “¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En el cercano Jubileo de la Misericordia, la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo”.[1]
Señor de los Milagros, cercano el Jubileo de la Misericordia, llévanos a contemplar Tú rostro que es el rostro misericordioso del Padre.
Concédenos una conversión profunda y sincera.
Ayúdanos a ser santos, porque no hay mayor tristeza en la vida que no serlo.
Líbranos de las manos de nuestros enemigos y de los que nos odian (ver Lc 1, 71). Haznos capaces de perdonar y de vivir la caridad cristiana inclusive con el adversario, con el que nos hace daño y nos persigue.
Señor de los Milagros, esta mañana delante de Ti, te consagramos nuestras familias. Consérvalas en armonía y unidad, ilumínalas con tu presencia, santifícalas con tu amor.
Acoge con bondad nuestras preocupaciones, necesidades e intenciones.
Sana nuestras enfermedades y dolencias.
Fecunda con tu bendición nuestro trabajo y concédelo al que no lo tiene y lo busca con ansiedad para llevar un sustento digno a la mesa de su hogar.
Fortalece a los perseguidos y refugiados por causa de su fe en Ti en Oriente Medio y el África.
Anima a nuestros jóvenes para que se comprometan generosamente en tu Iglesia.
Haz que nuestra Arquidiócesis se vea bendecida con el aumento de nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Apóyanos en nuestros esfuerzos por construir una sociedad más justa y reconciliada donde por fin reinen las bienaventuranzas del Reino.
Vela para que seamos valientes defensores de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural.
Aleja de nosotros un Fenómeno “El Niño” devastador que trae muerte y destrucción.
Señor de los Milagros, te pedimos que nos hagas fuertes en la fe, invictos en la esperanza y ardientes en la caridad fraterna. Que seamos siempre fieles a tu Iglesia y que vivamos en el don de la paz, para así ser dignos de alcanzar la gloria eterna.
Señor de los Milagros, que en todos nuestros esfuerzos sepamos cooperar activamente con tu gracia, ya que sin ella nada podemos hacer.
Nos alienta el saber que contamos:
Con tu compañía, fuerza inspiradora para nuestro camino.
Con el impulso de tu Espíritu, que como en Pentecostés, nos empuja hoy a caminar animados con la esperanza que “no defrauda” (Rom 5, 5).
Con la guía y el amor maternal de tu Madre Santísima, quien nos acompaña en este camino como aurora luminosa, auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores y guía segura.
Santísima Virgen de la Nube que humildemente acompañas la imagen de tu Hijo detrás de su anda: recibe nuestra plegaria y elévala a tu Divino Hijo, el Señor de los Milagros.

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